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TRIBUNA
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Jacques Delors, el constructor de nuestra casa europea

El fallecido expresidente de la Comisión representó de forma perfecta con sus ideas y su trabajo la clave de bóveda de la UE

Jacques Delors, en Bruselas, en febrero de 2012.
Jacques Delors, en Bruselas, en febrero de 2012.Francois Lenoir (REUTERS)
Arancha González Laya

Se ha ido Jacques Delors, arquitecto clave de la Europa moderna. Y lo ha hecho como vivió: con discreción, dignidad, modestia, trabajando por Europa hasta el último minuto. Hace apenas 15 días, se interesaba por el resultado del último Consejo Europeo, que abre la puerta a una nueva ampliación de la UE. La historia volvía a llamar a nuestra puerta. De eso algo sabía, pues fue precisamente él quien preparó la gran ampliación de la Unión hacia el Este tras la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania. Su gran fuerza residía en su capacidad para encontrar equilibrios. Mayor competitividad económica, pero con mayores avances sociales. Mayor integración europea, pero con mayor participación ciudadana. Mayor solidaridad, pero con responsabilidad. Apertura al mundo, pero con mayores inversiones en defensa común. “La competencia que estimula, la cooperación que refuerza, la solidaridad que une”; esta era su receta. Esta es la clave de bóveda de la Unión Europea. Jacques Delors, social-cristiano-demócrata, la representaba a la perfección.

Su poder no emanaba de una atribución de competencias por los Tratados —más bien limitadas—, sino de sus ideas. De la fuerza de su creatividad. La legitimidad de quien es capaz de imaginar soluciones a problemas que a los demás les parecen irresolubles. El mundo de Jacques Delors se dividía entre quienes quieren el poder “para ser alguien” y quienes lo usan para “hacer algo”, para impulsar realizaciones concretas. La política como instrumento para cambiar la sociedad desde los valores, la perseverancia y el rigor. La Unión Europea como aventura humana que avanza si todas las fuerzas sociales creen en ella y trabajan en su construcción, buscando comprender para ser capaz de convencer.

Jacques Delors fue arquitecto. De líneas puras, sin adornos innecesarios, sutil, a imagen de los tres pilares del Tratado de Maastricht asemejado a un templo griego. Aunque él se consideraba “ingeniero de la construcción de Europa”, responsable de que cada uno de los planos y diseños se llevaran a cabo, desde los fondos de cohesión hasta las primeras políticas medioambientales. Merece especial atención su empeño por desarrollar la Europa social y por impulsar la educación y la formación del capital humano. Ambas han sido esenciales para ayudar a Europa a navegar las grandes transformaciones tecnológicas y del mercado laboral de las últimas décadas, que se van a acelerar en el futuro con la inteligencia artificial. Porque la globalización sin políticas sociales sólidas pone en riesgo la democracia.

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Su método aunaba profundidad estratégica y habilidad táctica. Creó la primera Célula de Prospectiva en la Comisión Europea para escrutar el futuro y entender cómo había de posicionarse Europa. “En política tenemos que aprender a mirar hacia adelante, inventar el futuro y abandonar lo obsoleto”, decía el presidente Delors. Pero también supo desplegar el arte de convencer a los líderes políticos europeos de crear el mercado único, lanzar la unión monetaria o facilitar la movilidad de ciudadanos con el acuerdo de Schengen.

No tenía gusto por la gestión, pero supo aprovechar como nadie la fuerza del Colegio de Comisarios y los servicios de la Comisión Europea, unos pocos miles de funcionarios comprometidos con la integración europea, movilizados por su inagotable jefe de gabinete Pascal Lamy para dar seguimiento a las numerosas iniciativas lanzadas durante su mandato, desde el programa de movilidad de estudiantes Erasmus, las negociaciones que crearon la Organización Mundial del Comercio, la reforma de la Política Agrícola Común o la Carta comunitaria de los derechos sociales fundamentales de los trabajadores.

Para España, Jacques Delors es sinónimo de nuestra entrada en la Comunidad Económica Europea. Junto a Portugal, nos acompañó y apoyó para atravesar la puerta que nos separaba de las democracias europeas. Y cuando nos veíamos, siempre recordaba con humor anécdotas de las difíciles negociaciones de adhesión, pero también su gran complicidad con el presidente Felipe González, quien le animó a crear el centro de pensamiento Notre Europe-Instituto Jacques Delors, que hoy —desde París, Berlín y Bruselas— sigue manteniendo vivo su legado y la llama de la integración europea.

Ante las crecientes turbulencias geopolíticas y la multiplicación de conflictos a las puertas de la Unión Europea, es importante rescatar las palabras de Delors: “No basta con ser un gran mercado para influir en el devenir del mundo. Se necesitan también poder político y militar. Una Unión que rehúya de sus responsabilidades y ambiciones en el mundo, no vivirá en paz, no será capaz de proteger a sus hijos.” Frente a los excesos populistas y la polarización, los valores europeos de ciudadanía, progreso compartido y diálogo social. Frente a los nacionalismos exacerbados, los intereses compartidos y la comprensión mutua. Frente al virus del antieuropeísmo, el alma de Europa.

Somos legiones los europeístas que hoy nos sentimos un poco más huérfanos. A nosotros —y, sobre todo, a los jóvenes en cuyas manos está hoy este proyecto único que es la Unión Europea— nos corresponde seguir su máxima: “Nunca elijas entre optimismo y pesimismo; elige el activismo. Elige ser constructor de una Europa más unida”. Ese es nuestro mejor homenaje.


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